A MARTA NICOLAS, que nos contagió entusiasmo, lucha, amor…
Recordando sus proyectos, su compromiso de vivir ejerciendo dignamente nuestros derechos en libertad e igualdad. Su empeño y curiosidad por conocer y compartir; su ánimo al relacionarse y comunicarse y todo ese revuelo y tremenda actividad que derrochaba con entusiasmo
Gracias hermana y se feliz, allá donde estés
De mi para ti un poema
recordando a las mujeres que somos, que fuimos y seremos
las que nos han precedido
las que nos acompañan
las que están llegando
y hablan con voz de mujer
muy alta
muy bella
y serena
esa voz de iguales
de compañeras
que florece ya en las alamedas
A las mujeres que en
España sembraron la semilla de la liberación
y transmitieron mensajes de poder a las
otras mujeres
A Shirley Mangini por
recordárnoslo en su fructífera obra literaria y de investigación
Abuelas que éramos madres y fuimos hijas
Y quiénes son esas mujeres
que galopan la azul profundidad del mar enardecido...
Desabridas claman ante el océano.
Evocan las palabras de una voz rechazada.
Sus gritos son flechas ardientes,
arrojados al aire por la mutilada amazona que vigila.
Manantiales lamentos de encadenadas sirenas rompen los cielos.
Besos rotos de valquiria, mecidos por la implacable sombra,
conmueven las olas.
Todas esas mujeres cabalgan en un escenario de ronca tempestad
y me recuerdan, al despertar, que estoy aquí con mi voz para
nombrarlas.
Hay un laberinto hermético donde se multiplican las mujeres
insomnes,
las que pugnan por derribar el olvido.
Ellas conocen la lengua de la luz
y saben del día en que las murallas del miedo dejaran de
existir.
Es tiempo de nombrar, la palabra nos acerca y nos protege.
Abuelas de la Tierra atormentada, de las guerras civiles, de
matanzas sin final.
Abuelas, madres que fueron hijas y bastó una sola noche, la mala
noche
que las hizo huérfanas de los hijos, de las hijas de sus entrañas.
Abuelas furiosas que en un rito y en su carne,
por instinto, por amor,
conciliaron macho y hembra de inexpugnable naturaleza.
Fueron jóvenes enamoradas, las novias de la muerte más temprana
viudas ensimismadas, leonas heridas, guerreras arrebatadas.
Abuelas, madres e hijas, todas mujeres, todas hermanas
son la imparable rueda, corro que canta coro que danza.
Espiral tremenda, inquieta en su latido inamovible
que va y viene como una nana, como una nana, como una nana…
La memoria de la herida oculta, crece como hierba negra
insoportable
y sangra todo sal, agua toda.
Es una lágrima descomunal, oceánica
viene arrastrándose, como la lluvia sobre la tierra,
desde el principio de los tiempos.
Fue una lágrima dulce vertida en el mar.
Es una lágrima mestiza que lava las carnes paralizadas,
la piel detenida, la víscera congelada...
La piel loca, áspera y desnutrida de las abuelas impregnó todas
las vidas, las vidas tiernas.
Me precipito en lo profundo de un sueño...
Abuelas que éramos madres, dulces tiernas y más allá, jóvenes
heridas,
niñas soñadoras, enamoradas frutales
que por el hombre bebíamos las fuentes de los milagros, de las
batallas
y de la vida entera.
El hombre, compañero anhelado
la misma sangre
besos de piel, boca a boca se consumen
respiran.
Me despierto con el rostro de mis abuelas cosido en el centro de
mi frente,
en mi corazón.
Nombro mi estirpe de mujer:
Clementa, Joaquina, Trinidad,
Covadonga, Yolanda, Olga, Nuria, Aranzazu, Diana, Vanesa,
Óscar,
Sara, Elena, Manuel, Julián, Alexandra...
No hay comentarios:
Publicar un comentario