En esta hora, María Zambrano, me zambullo en Delirio y Destino…
Días atrás vagaba entusiasmada por la preciosa y
cálida biblioteca de Vegadeo, donde el bibliotecario localizó tu novela. Mi
rediviva Casa de Cultura, hoy al otro lado del pueblo, salvaguardada del río
verde de mi infancia; aquel que, enfurecidamente turbio, se llevó con un golpe
de agua nuestra endeble Casa de Cultura en una de sus inconmensurables riadas.
En aquella época los anaqueles de nuestra biblioteca pública no exhibían tus
trabajos…
Mientras el otro día acariciaba los tomos y acercaba mi nariz para
embriagarme con el aroma que sus hojas contenían, perfumadas madererías de los
árboles talados y en cierto modo encumbrados hacia la luz, fue invadiéndome tu
presencia. Intuía la cercanía de tu voz, y tu sonoro apellido; palabras que se
precipitaban en mi corazón, como un latido imperioso, como un viento liberador.
Dejé volar la imaginación: Zambrano, Zambrano, Zambrano… Como una campana de
bronce, nítida y rotunda; con su badajo reluciente, luminoso, dorado, pulido… Tocando
a rebato.
Recojo tus palabras, como hojas desparramadas por el viento y las reúno
con calma construyendo un lecho crujiente y cálido a resguardo del vendaval.
Tan solo una benevolente y plácida brisa las remueve y nos permite escuchar el
canto de la hojarasca, cosecha cargada de memoria viva, lúcida.
Transcribo tus palabras
¿Y es nuestra entonces, parte de nosotros esa sombra en que todo anda
envuelto, esa opacidad en que las cosas y las personas se retiran como
defendiéndose?
…Una de las funciones vitales del pensamiento es hacer respirable el
ambiente, librar a los seres humanos de la asfixia, que proviene de la falta de
espacio interior, cuando la conciencia se llena de sombras, de incertidumbre,
cuando la sombra de los demás y la nuestra misma ha hecho demasiado opaco ese
nuestro interior que es el primer espacio en que nos movemos y somos.
Y cuando así dispuestos vamos a tratar con el prójimo que anda en
parejo estado, entonces convivir es simplemente imposible y el vivir por ende
también.
Y así sucede que el pensamiento se hace sangre; entra en la sangre y
le obliga a derramarse, porque no se le puede negar simplemente.
No se puede negar el pensamiento que nos hace vivir, que nos crea un
espacio donde respirar, un horizonte donde nuestra vida, hasta la más personal,
entra a formar parte de la realidad, se encuentra con las vidas de los demás,
se articula con ellas. No lo podemos negar, ni aun queriendo.
Despertar es renacer cada día.
Y ya la luz nos aguarda. Ya está ahí comenzada, la historia que haya
que proseguir.
Despertar es entrar en un sueño ya en marcha, venir desde el desierto
puro del olvido y entrar, lo primero, en nuestro propio cuerpo, recordarlo sin
rencor, entrar a habitarlo y recuperar nuestra alma, con su memoria y nuestra
vida con su quehacer. Entrar como en un capullo tejido por innumerables
gusanos afanosos; retomar nuestro hielo en el capullo fabricado incansablemente
por el gusano-hombre hacedor de ensueños que se objetivan, fabricador de
historia.
…Y los hombres del 98 fueron meditadores, antes que por el contenido
de su obra, por la actitud.
Nace y se intensifica la meditación sobre España porque España es
conflicto.
Y dice Zambrano:
Y España en aquella hora de 1929 no podía negar por más tiempo el
pensamiento que sobre ella se había ido vertiendo. España, que ha tenido sangre
en demasía, exceso de sangre. El pensamiento que la devolvía la respiración
había ido tomando aliento al par en obras y en palabras. En pocos lugares del
planeta el pensamiento se hace vida tan rápidamente como en España, porque brota
de la vida y apenas nos está permitido lujo alguno de abstracción. Diríase que
una creencia fundamental no explicita limita el vuelo del pensamiento entre españoles.
Hemos pensado sobriamente siempre; quizá esa nuestra proverbial “sobriedad”,
nuestro ascetismo, pensar por pensar, no está bien visto en España.
Había sido un irrumpir luminoso éste de la poesía. Juan Ramón Jiménez
la había anunciado, pero a la misma poesía de Juan Ramón Jiménez se la sintió
más claramente cuando aparecieron los poetas jóvenes: García Lorca y, en seguida como la estrella gemela, Rafael
Alberti. ¡Que alegría
pura, como del alba! Cuando apareció “Marinero en Tierra” premiado al mismo
tiempo con el Premio Nacional de Literatura que un libro de Gerardo Diego. Y Jorge Guillén y Pedro Salinas -“Entrada en Sevilla”- en prosa publicada
en los primeros números de “Revista de Occidente”, tan clara, tan nítida, tan
precisa. El idioma castellano se adelgazaba, se convertía en cristal y dejaba
ver sus puras entrañas; ¡qué idioma tan bien nacido! Y el alba del idioma
alumbró otra vez, traído por Rafael Alberti en “La Amante”, tan frágiles
cancioncillas, y en el contenido misterio de Emilio Prados, poeta del desvelo y la memoria y en Luís
Cernuda, de quien
solo conocía una referencia leída en un artículo de un ilustre escritor en “El
Sol” de Madrid, en el esplendor transparente como una gruta de fantásticas
estalactitas de Aleixandre.
“El Gallo Crisis” que “en lugar de acallar hacía resonar las voces ya
ahí hacía tiempo, como las de Miguel de Unamuno y Antonio Machado… poetas de la
pureza ancestral de España y del verbo castellano, mantenedores de la perenne
virginidad de la temible España.”
Poesía, palabra brotando pura de la caverna de España, allí donde
comenzó la vida, el primer latido, memoria y olvido, saber hecho de olvido y de
adivinación. Conciencia sin juicio, inocente justicia como es siempre la poesía
no-voluntaria, la que nace en obediencia a la hora histórica, no a la
enajenación “personal”, lujo cultivado de unos cuantos.
Poesía que es inocente justicia, como lo es el alba…