A las mujeres que en España sembraron la semilla de la liberación y transmitieron mensajes de poder a las otras mujeres
A Shirley Mangini González por recordárnoslo en su fructifera obra literaria y de investigación
A María Zambrano por Delirio y destino. Los veinte años de una española
Abuelas que éramos madres y fuimos hijas
Y quiénes son esas mujeres
que galopan la azul profundidad del mar enardecido
Desabridas, claman ante el océano.
Evocan las palabras de una voz rechazada.
Sus gritos son flechas ardientes,
arrojadas al aire por la mutilada amazona que vigila.
Manantiales lamentos de encadenadas sirenas quiebran los cielos.
Besos rotos de valquiria, mecidos por la implacable sombra, conmueven las olas.
Todas esas mujeres cabalgan en un escenario de ronca tempestad
y me recuerdan, al despertar, que estoy aquí con mi voz para nombrarlas.
Hay un laberinto hermético donde se multiplican las mujeres insomnes,
las que pugnan por derribar el olvido.
Ellas conocen la lengua de la luz
y saben del día en que las murallas del miedo dejarán de existir.
Es tiempo de nombrar, la palabra nos acerca y nos protege.
Abuelas de La Tierra atormentada, de las guerras civiles,
de matanzas sin final...
Abuelas, madres que fueron hijas y bastó una sola noche,
la mala noche
que las hizo huérfanas de los hijos, de las hijas de sus entrañas.
Abuelas furiosas, que en un rito y en su carne,
por instinto, por amor,
conciliaron macho y hembra de inexpugnable naturaleza.
Fueron jóvenes enamoradas, las novias de la muerte más temprana.
Viudas ensimismadas, leonas heridas, guerreras arrebatadas.
Abuelas, madres e hijas, todas mujeres, todas hermanas
son la imparable rueda, corro que canta, coro que danza.
Espiral tremenda, inquieta en su latido inamovible
que va y viene como una nana, como una nana, como una nana...
La memoria de la herida oculta crece como hierba negra insoportable
y sangra todo sal, agua toda.
Es una lágrima descomunal, oceánica...
Viene arrastrándose, como la lluvia sobre la tierra,
desde el principio de los tiempos.
Fue una lágrima dulce vertida en el mar.
Es una lágrima mestiza que lava las carnes paralizadas,
la piel detenida, la víscera congelada...
La piel loca, áspera y desnutrida de las abuelas impregnó todas las vidas,
las vidas tiernas.
Abuelas que éramos madres, dulces tiernas y más allá,
jóvenes heridas, enamoradas frutales
que por el hombre bebíamos las fuentes de los milagros,
de las batallas y de la vida entera.
El hombre, compañero anhelado,
la misma sangre
besos de piel, boca a boca se consumen,
respiran.
Me despierto con el rostro de mis abuelas cosido
en el centro de mi frente,
en mi corazón.
Nombro mi estirpe de mujer:
Clementa, Joaquina
Trinidad
Covadonga, Yolanda, Olga, Nuria, Aránzazu, Diana, Vanesa
Óscar, Sara, Elena, Manuel, Julián, Alexandra, Daniel...
Kova d Onga2017
Todas esas mujeres cabalgan en un escenario de ronca tempestad
y me recuerdan, al despertar, que estoy aquí con mi voz para nombrarlas.
Hay un laberinto hermético donde se multiplican las mujeres insomnes,
las que pugnan por derribar el olvido.
Ellas conocen la lengua de la luz
y saben del día en que las murallas del miedo dejarán de existir.
Es tiempo de nombrar, la palabra nos acerca y nos protege.
Abuelas de La Tierra atormentada, de las guerras civiles,
de matanzas sin final...
Abuelas, madres que fueron hijas y bastó una sola noche,
la mala noche
que las hizo huérfanas de los hijos, de las hijas de sus entrañas.
Abuelas furiosas, que en un rito y en su carne,
por instinto, por amor,
conciliaron macho y hembra de inexpugnable naturaleza.
Fueron jóvenes enamoradas, las novias de la muerte más temprana.
Viudas ensimismadas, leonas heridas, guerreras arrebatadas.
Abuelas, madres e hijas, todas mujeres, todas hermanas
son la imparable rueda, corro que canta, coro que danza.
Espiral tremenda, inquieta en su latido inamovible
que va y viene como una nana, como una nana, como una nana...
La memoria de la herida oculta crece como hierba negra insoportable
y sangra todo sal, agua toda.
Es una lágrima descomunal, oceánica...
Viene arrastrándose, como la lluvia sobre la tierra,
desde el principio de los tiempos.
Fue una lágrima dulce vertida en el mar.
Es una lágrima mestiza que lava las carnes paralizadas,
la piel detenida, la víscera congelada...
La piel loca, áspera y desnutrida de las abuelas impregnó todas las vidas,
las vidas tiernas.
Abuelas que éramos madres, dulces tiernas y más allá,
jóvenes heridas, enamoradas frutales
que por el hombre bebíamos las fuentes de los milagros,
de las batallas y de la vida entera.
El hombre, compañero anhelado,
la misma sangre
besos de piel, boca a boca se consumen,
respiran.
Me despierto con el rostro de mis abuelas cosido
en el centro de mi frente,
en mi corazón.
Nombro mi estirpe de mujer:
Clementa, Joaquina
Trinidad
Covadonga, Yolanda, Olga, Nuria, Aránzazu, Diana, Vanesa
Óscar, Sara, Elena, Manuel, Julián, Alexandra, Daniel...
Kova d Onga2017
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