Nathalie Handal, de Palestina
MURO CONTRA NUESTRO ALIENTO
Cada día una hora más cruel -
la esgrima de corazones apenas palpitando,
el pálpito de hojas en nuestros jardines secos
el calor en Gaza en Jericó
manteniendo sueños que jamás tuvimos tiempo de recordar
una anciana intentando revivir
cualquier fantasía posible, otra
pensando en su esposo
perdido en lo inimaginable
hombres sobre alambres de púas que dejan
de responder cuando gritamos sus nombres
demasiado atareados- intentando cruzar el punto de inspección,
los soldados el día la noche
mientras otros beben té, hablan de toques de queda
las mujeres, los niños que enterraron
mientras una madre pregunta
qué le dirá al niño que lleva adentro
que ella desearía que no viniera
Somos testigos del octubre en llamas,
y cada mes siguiente,
es igual, las calles
por las que caminamos nos recuerdan
quiénes somos y lo que ellos
jamás harán de nosotros…
retratos humanos en esquinas
que olvidamos mirar u olvidamos alcanzar …
fotografías pegadas en muros como si
pertenecieran a ninguna parte
un novio y una novia forzados a casarse
en cualquier lugar menos donde era debido,
y aún así, seguimos preguntando:
cuál victoria apaga las velas
cuál mar habla de otro mar
Aún si levantan el muro
más allá de nuestro alcance
sólo conocemos un hogar
aún si cada vez tomamos rutas distintas
los árboles nos guían el viento nos guía
el sol y la luna nos guían
y cuando llegamos hallamos los libros
que no podemos dejar de leer, los bordados
hechos por los refugiados, la cocina
donde vivimos nuestras vidas—
una propuesta de matrimonio una muerte un nacimiento—
y cada día mientras colamos nuestro café
nos saludamos adecuadamente
y expulsamos el muro de nuestro aliento
ESTA NOCHE
el agua alcanzará
el borde del vaso mas no
se permitirá rebosarlo
la violencia explotará y los horrores
se atarán a
cada árbol desnudo
esta noche oiremos discursos
ordenándonos abrir nuestras piernas
a escandalizar como meretrices
esta noche veremos
cinturas tatuadas y kalashnikovs
en los maleteros de los autos
recuerdos paralizados y
revoluciones tras
la puerta de cada casa
veremos paisajes rojos,
piedras de luz, plumas ligeras meciéndose
en el paisaje nocturno
y las arrugas se multiplicarán
en nuestros rostros esta noche mientras cada
muerto se alza de su tumba
esta noche los exiliados, inmigrantes, refugiados
serán atrapados en pájaros cantores,
el asfalto cuarteado recitará viejos versos
esta noche escucharemos las grietas de historias
los gritos de los estrangulados
por la noche en la noche
escucharemos el anhelo
de tardes púrpura
bajo el manto de dios
esta noche el amor será difícil.
MÚSICA ROTA
Tal vez cuando estés listo para la música
todos los instrumentos estarán rotos
Tal vez cuando estés listo para la libertad
tu corazón ya no podrá latir
Tal vez cuando te brote la locura
hallarás lo que debes ver
Tal vez si me muestras
cómo implora el deseo
tocas una canción en mi menor
el lento río de alas
se revelará ante nosotros.
Pero tuvimos que llegar a esto:
Un violín roto
el corazón, irresuelto
una discusión con Jesús o Mahoma
-el exilio tiene sus tácticas.
Ahora tu aliento, una canción desafinada
cojeando alrededor
del despertar de tu boca.
El camboyano U Sam Oeur, sobreviviente a seis campos de concentración durante el régimen de Pol Pot fingió ser analfabeto. Destruyó los manuscritos de su obra literaria. Perdió en ese tiempo a la mitad de su familia, y puesto que había sido criado en una granja, pastoreando búfalos de agua y cuidando arrozales en la exuberante campiña camboyana, pudo adaptarse a los rigores del trabajo agrícola forzado.
Devoto budista, en 1996 publicó el libro de poesía Sacred Vows, que es no sólo un triste lamento sobre el genocidio en Camboya sino también una conmovedora declaración de esperanza.
LA COBRA BÚFALO DE AGUA Y EL PRISIONERO DE GUERRA
Trabaja, trabaja —talando árboles, descuajándolos, despejando monte,
transplantando arroz, sin un momento para descansar.
Al mediodía, solo, cuando despejaba un cañaveral,
una bella cobra negra
abrió su capucha frente a mí, demostrando su poder.
Pensó que yo era su enemigo.
“¡Es bella, como en las películas indias!”,
exclamé en voz baja con las rodillas temblorosas.
“¡Oh, cobra! Tu carne y tu sangre son de verdad
la carne y la sangre de Buda.
Yo soy sólo un prisionero de guerra
pero no soy tu alimento.
Tú, cobra, eres libre,
y si mi carne es de verdad tu sangre,
defiéndeme con los espíritus de esta laguna
para llevarme a los tres refugios del Buda.
La cobra me miró fijo con amorosa bondad
y luego bajó la cabeza.
se alejó hacia el sur deslizándose en la laguna
y yo volví al trabajo de sobrevivir.
BUNG KRIEL
(El lago donde las grullas se aparean)
Los arrozales se extienden más allá del horizonte
donde el agua relumbra danzan las palmas,
donde las garcetas y las garzas aletean tras los peces
y los búfalos de agua se embisten, gruñendo como gigantes.
Los perdedores salpican como barcos de vapor aguas arriba.
Mientras el viejo búfalo corteja a su hembra
un joven búfalo la monta rápidamente
pero el viejo búfalo lo embiste y lo aleja a cornadas.
En el aire,
los pájaros se lanzan a la sombra,
las libélulas se apresuran y caen,
y los saltamontes se agazapan en la hierba.
Niños y niñas se agarran ligeros
—algunos juegan a escondidas y gambetas
algunos cantan en los árboles,
otros se tienden en la sombra.
Cuando el sol traspasa el horizonte,
los pájaros se dispersan y vuelan
en ordenadas bandadas a sus nidos
y los pastores llevan el ganado al establo.
Cuando la oscuridad cae en el llano
insectos, salamanquesas y ranas acunan este reino.
Un millón de estrellas cae por doquier
y los campesinos se duermen en paz.
LA DECADENCIA DE LA CULTURA
En mayo del 75, escondí la preciosa riqueza,
empaqué arroz blanco en las maletas
y ropa vieja, un pequeño horno de hierro,
ollas, sartenes, platos, cucharas, un hacha, un azadón,
un poco de pescado curado en pequeños recipientes de plástico:
lo puse todo en una carreta y la arrastré hacia el este
bajo la luna llena.
“¡Ah, el hogar, el hogar! el suelo sagrado donde vivíamos felices,
el patrimonio construido, poco a poco, por mi padre,
¡Oh, la fuente de Naga con sus siete veneros,
preservando nuestras tradiciones de antaño!
¡Oh, Monumento de la Independencia! ¡Oh, biblioteca! ¡Oh, libros de
poesía!
¡Nunca podré cantar de nuevo los poemas de inspiración divina!
¡Oh, palabras quintaesenciales de los poetas!
¡Oh, artefactos que nunca podré tocar o ver de nuevo!
¡Oh, Phnom Penh! ¡Oh, pagoda donde adorábamos!
¡Oh, Angkor Wat, sublime monumento a
las aspiraciones de nuestros viejos antepasados jemeres!
¡Ah, puedo ver a través de estas tres selvas!
No estaré en ninguna parte,
no tendré noche,
ya no tendré días,
seré un hombre sin identidad.
“Dolor por las camboyanas
que fueron fieles a sus amados;
ahora vagan insomnes,
en cualquier rincón de sus hogares.
¡Oh, árboles rang, campos de desove,
convertidos en zancos quemados por la conflagración del Pot-Sary.
Aniquilen los árboles rang, las palmas de azúcar,
la República Jemer!”
No hay más intelectuales, no más profesores:
todos se han ido de Phnom Penh, llevándose los niños,
desposeídos, engañados hasta la última persona,
desde el culí hasta el rey.
EL ÁRBOL KRASANG EN PREK PO
En el 75 el árbol krasang estaba florecido
y dio fruto para la sopa de toda la aldea.
Para el 79 se había marchitado y sus espinas
estaban adornadas con cabello de bebés, su corteza manchada con sangre.
En el 75 al árbol krasang lo rodeaban
personas buscando refugio.
Para el 79 lo rodeaban
esqueletos de bebés machacados
contra el tronco por los utapats.
Los utapats dijeron: “Para aniquilar
la hierba, arránquenla diariamente”. ¡Oh, hierba!
¿qué pecado ha cometido la hierba?
Después de la invasión vietnamita
seguí el río Mekong hacia mi casa.
Me detuve, exhausto, enfermo, a descansar aquí,
en el segundo piso de un ashram abandonado.
Me eché a dormir en una completa oscuridad,
pero los cráneos aplastados me hacían temblar.
Medio dormido, oía los lamentos de las almas
de los niños pidiendo una explicación:
“¡Ma! ¡Oeuy! ¡Oeuy! ¡Ma! ¡Ma!
¿Qué hicimos mal?
Los utapats nos asesinaron,
agarrándonos de los pies
para destrozarnos sin piedad,
rompiendo nuestros cráneos
contra el árbol krasang.
Nuestra desgracia fue haber
nacido en medio de una guerra
para nunca ver las caras de nuestras madres.
¿Qué querían de nosotros los utapats?
¿Por qué estaban contra los hijos de Dios?
¡Cómo se atreven a menospreciar a Dios!
Esa noche, permaneció conmigo el olor de la sangre.
Al amanecer, bajé y encontré una gran capa de vainas de arroz
manchadas con sangre hasta un metro de profundidad
evidencia de una masacre más reciente.
Luego oí el alma ahogada del árbol krasang
empapado con la sangre de los niños. Los utapats
habían matado sus frutas con el fruto de nuestras entrañas.
Ninguno pudo escapar.